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Niños en el tumulto de la historia

Regímenes políticos tiránicos, guerras, genocidios, desplazamientos, pandemias y catástrofes naturales han sido las mayores pruebas a las que la historia ha sometido al individuo y, con él, a la sociedad. La historia del siglo XX es campeona en maltratar al individuo en todos los sentidos. Al enfrentarse a las vicisitudes del tiempo, los niños, los seres más sensibles e indefensos, son los que más han sufrido. La historia de Rumanía no es una excepción a la regla, con todos los tipos de brutalidad mencionados en el siglo XX. Los niños de Rumanía, inocentes como los de todo el mundo, han pagado un precio demasiado alto a la historia tiránica.



El Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana grabó inquietantes testimonios del sufrimiento de los niños en tiempos de penuria. En los años de la Segunda Guerra Mundial, en la Transilvania septentrional ocupada por los húngaros, la población judía fue enviada a campos de concentración.



Grigore Balea, sacerdote greco-católico, recordó en 1997 cómo presenció escenas terribles cuando subían a los judíos a los trenes. Su madre intentó ofrecer un cubo de agua a una familia judía con nueve hijos que esperaba la deportación:


«Uno de los soldados húngaros de guardia le dio a mi madre un puñetazo en la nuca. Nunca olvidaré cómo le dolía el corazón a mi madre al ver cómo se llevaban a una población sin tener culpa de ello. En Vișeu no estábamos presentes ni mi madre ni yo, pero me enteré de que allí los habían separado. Pusieron a los niños pequeños en el andén, a un lado, a las madres a otro y ¡ahí siguió la tragedia! Los niños lloraban en el andén y gritaban, las madres del otro lado también lloraban».



Ileana Covaci era de Moisei, donde el ejército húngaro masacró a varias docenas de rumanos inocentes en octubre de 1944. Recordó cómo fue deportada a Austria por las autoridades húngaras tras una investigación criminal en la que no estaba implicada:


«Por la noche vinieron los gendarmes húngaros y nos sacaron de la cama. Éramos menores, yo era mayor, mi hermana era más pequeña, ¡y nos sacaron y nos llevaron al Consejo y nos encerraron hasta por la mañana! Y lloramos. Sin decirnos lo que estaba mal, lo que habíamos hecho. Y mi padre y mi madre lloraban, decían que a las niñas se las llevaban a trabajar, que ellas no robaban. Cuando nos soltaron en el Consejo, nos dijeron que nos llevarían a Austria tres meses».



Ana Darie, de Săliștea de Sus, ciudad situada en la región de Maramureș, cuenta cómo sufrieron sus hijas porque su padre era opositor al régimen comunista, instaurado el 6 de marzo de 1945:


«Echaron a las niñas de la escuela, solo una pudo estudiar. Esta que echaron se hizo amiga de una profesora rumana de Baia Mare, se agarró a ella y le dijo ‘tú estudia conmigo hasta que termines’. Y lo pasamos bastante mal. Cuando fue al instituto, los del Consejo Popular la amenazaron, le dijeron que, si su padre era preso político, no podía estudiar. Y el director de la escuela nos ayudó y ella estudió hasta terminar el bachillerato».



Encarcelado durante 13 años en la prisión comunista de Aiud, Sima Dimcică dejó tres hijos menores en casa. A su regreso, el reencuentro fue mutuamente incómodo.


«Llegué a casa donde había dejado a tres críos: uno tenía sólo 6 meses, el mediano 3 años y el mayor 5 y medio, casi 6 años. Ahora el mayor tenía 19-20 años, el mediano 16, el pequeño 13-14. Me avergonzaba, me avergonzaba de ellos, ellos se avergonzaban de mí. ¿Dónde está vuestra madre?, les pregunté. ¡En Aiud! Ayer vino el jefe de correos del pueblo con un telegrama y le dijo a mi madre que se presentara urgentemente en la cárcel de Aiud. Llega la noche, nos vamos a la cama. ¿Crees que dormí? Toda la noche estuve pensando qué podía ser. Cuando llegué a casa en Sinoe, mi mujer llegó a Aiud. No sé por qué. Lo hicieron a propósito, para hacernos andar al retortero, con sobresaltos y emociones».



Ion Preda ayudó al grupo de partidarios anticomunistas dirigido por Toma Arnăuțoiu. Encarcelado y acosado durante el resto de su vida por la policía política del régimen comunista, en 2000 evaluó las consecuencias de sus propias decisiones.


«Siento que los niños hayan tenido que sufrir por mi culpa durante años. A la hija menor la llevaron a un orfanato, estuvo allí varios años. Cuando volví a casa me la devolvieron, fue al instituto, se casó con un aviador. Lamento haberme perdido sus años de juventud, los mejores años de la vida de cualquiera. Pero, por otro lado, permaneció mi creencia de que el país podía volver a ser como había sido: libre, honesto, democrático, sin dictadura y sin que el hombre fuera esclavo».



Los niños han sufrido, junto a sus padres, de forma mucho más severa las vicisitudes de la historia. Pequeños seres con almas frágiles, los destinos de muchos deberían ser razón suficiente para que la humanidad se lo pensara mejor, cuando tuviera planes inhumanos.



Versión en español: Antonio Madrid

Categories: Pro Memoria
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