El Día Internacional del Pueblo Gitano, los peligros del excepcionalismo y la importancia de los contextos de aprendizaje
La mayoría de los materiales mediáticos sobre los romaníes documentan los niveles de discriminación y segregación a los que siguen sometidos los miembros de esta comunidad o bien sobre personalidades romaníes. Mientras tanto, en Vizurești, un pueblo del distrito de Dâmbovița, los esposos Ionela y Cristian Pădure están creando contextos de aprendizaje y desarrollo para niños romaníes y no romaníes en el pueblo, justo en el patio de su casa.
Iulia Hau, 23.04.2025, 16:14
Desde 1971, el 8 de abril se celebra el Día Internacional del Pueblo Gitano. Aunque los gitanos son la segunda minoría étnica de Rumanía, los sociólogos coinciden en señalar que las cifras oficiales no reflejan ni de lejos el número total de gitanos del país.
La mayor parte de la cobertura mediática sobre los romaníes se centra en los niveles de discriminación y segregación a los que siguen sometidos sus miembros o en el creciente número de personalidades romaníes destacadas. Mientras tanto, en Vizurești, un pueblo del distrito de Dâmbovița, en el sur de Rumanía, Ionela Pădure y su marido están creando contextos de aprendizaje y desarrollo para los niños romaníes y no romaníes del pueblo, justo en el patio trasero de su propia casa.
Ionela Pădure afirma que, hasta hace poco, la mayoría de los estudios sobre la comunidad romaní los realizaban personas de fuera. Sin embargo, en los últimos años, cada vez más personas de la comunidad se incorporan a las filas de la élite intelectual, como sociólogos, historiadores o artistas, y se sientan a la mesa. Aportan esa perspectiva personal sin la cual los cambios políticos no pueden tener un impacto práctico en la vida cotidiana.
Ionela Pădure estudió en el extranjero y enseñó francés en una universidad de Francia antes de regresar definitivamente a Rumanía y fundar el Centro de Investigación y Documentación Popular Vizuresti. Sin embargo, cree que el discurso sobre algunos gitanos como «excepcionales» hace tanto daño a la comunidad como el discurso discriminatorio:
«Desde mi punto de vista, cuando hablamos de los gitanos, no deberíamos hablar en términos de “ha superado su condición” o “es una excepción en la comunidad gitana” porque creo que eso nos hace más mal que bien. Esos intelectuales de los que hablaba antes, que han surgido de esas comunidades vulnerables, han tenido un contexto. Yo siempre hablo de mí misma como resultado de mis interacciones con gitanos y no gitanos. Quiero decir que Ionela Pădure tuvo la oportunidad de estudiar en la Sorbona porque se encontró con profesores que creían en ella más que ella misma (a veces). Mira a (Nicolae) Furtună, nuestro sociólogo, Rowena Marin, Cristi (Pădure), los profesores de lengua romaní con tesis doctorales. Mira al profesor Negoi. Estas personas tenían un contexto, tenían otras personas a su alrededor que les ayudaron a crecer. Lo que ocurre en las comunidades es que, además de los problemas socioeconómicos, viene toda esta panoplia de racismo, que se materializa en discriminación. Y para superarlo hace falta un esfuerzo adicional, que algunos hacen y otros no. Pero si no lo hacen, es decir, si no consigues estudiar en la Sorbona, no significa que seas menos bueno, menos valioso. El éxito es relativo. Creo que cuando hablamos de comunidades romaníes tenemos que hacer hincapié en la idea de diversidad. No necesitamos alcanzar un determinado nivel de logros para hablar de nosotros».
Ionela Pădure afirma que es igual de valioso sacar a la luz historias de gitanos comunes, como la de su madre, que, sin estudios, fue una mujer muy organizada y crió a seis hijos en condiciones mucho menos favorables que las actuales. El 8 de abril de este año, Ionela celebró el Día Internacional del Pueblo Gitano con la organización feminista romaní E-romnja y otras mujeres romaníes de diferentes edades de varias comunidades de todo el país, con las que habló de sus vidas cotidianas. Considera que las experiencias vitales de estas mujeres merecen ser contadas y conocidas. También cuenta que, tras regresar de Francia, pasó dos años observando y conociendo a los niños del pueblo de Vizuresti para averiguar qué les gustaba hacer y qué necesitaban.
«Vizuresti no es mi pueblo. Elegimos vivir aquí cuando regresamos de Francia. Entonces me senté a observar a los niños. Me preguntaba qué sabían hacer y traté de observar con atención sus habilidades. Las niñas bailan y los niños se pelean. De acuerdo, tenemos que desarrollar habilidades blandas. Bien, usemos lo que saben. Y entonces creamos clases de baile y de boxeo con esta idea en mente: desarrollar sus relaciones, la forma en que gestionan sus emociones, su identidad, etc. Llevamos cinco años haciéndolo y cada curso que añadimos a nuestro trabajo viene de ellos, de los niños. Nunca he llegado a decirles “a partir de mañana jugamos al ajedrez”, por ejemplo. ¿Qué te parece? ¿Quieres hacer teatro? De acuerdo. Hagamos teatro. ¿Por qué teatro? Porque necesitan expresar muchas cosas. Construyamos sobre las competencias que ya tienen, porque no construimos niños para contextos, sino contextos para niños. Y esto está ocurriendo en Vizuresti, y mi objetivo a medio y largo plazo es formar a nuevas generaciones de facilitadores y formadores. Quizá dentro de cinco años me vaya otra vez a París, así que las cosas tienen que continuar después de mí».
Ionela Pădure insiste en que los monitores de Vizurești son personas que los niños conocen. También cuenta cómo los niños más mayores y con más experiencia suelen entrenar y organizar ahora a los más pequeños. Para ella, cuando un niño se siente valorado por sus compañeros, su autoestima se fortalece, su relación consigo mismo se vuelve más sana y esto le da el valor para ampliar su campo de acción e intereses.
Versión en español: Victoria Sepciu