La miscelánea: Fiestas de invierno en la diáspora rumana
Hoy vamos a recorrer juntos historias, aromas, sabores y tradiciones que mantienen viva la Navidad y el Año Nuevo para los rumanos que viven lejos de su tierra natal.
Brigitta Pana, 29.12.2025, 14:12
Para mucha gente, Navidad y Año Nuevo no son solo fechas en el calendario, sino una oportunidad para revivir recuerdos de la niñez en un lugar diferente. Los olores, sabores, costumbres y detalles se vuelven importantes en una historia que contamos cada año, tratando de no olvidarnos de dónde venimos. En las cocinas de los rumanos o de cualquier persona lejos de su país, los preparativos empiezan con calma. Buscan ingredientes que recuerden a la receta de siempre: repollo para los sarmale, harina y nueces para el cozonac, hierbas y especias que huelen a casa. Cada cosa que hacen trae recuerdos de quienes les enseñaron a cocinar, de abuelos que amaban la tradición, de madres doblando hojas de repollo para envolver la carne. Mientras cocinan, recuerdan. Piensan en la cocina de la abuela, con humo de leña y niños corriendo entre los muebles, oliendo a pan recién hecho y canela. Hoy, en un hogar moderno en otra ciudad, el olor puede ser un poco distinto, pero la emoción es igual.
Los villancicos también ayudan a mantener viva la tradición. Aunque no se escuchen en la calle, dentro de las casas suenan fuerte. Cada nota, cada palabra, nos recuerda que no olvidamos quiénes somos, aunque estemos lejos. Los adultos cantan con los niños, a veces con voz temblorosa, otras con ganas, y por un momento, el hogar se vuelve una pequeña iglesia, donde el pasado y el presente se juntan. El árbol de Navidad tiene un lugar especial. Cuelgan cada adorno con cuidado. Algunos los trajeron de su país; otros son regalos de familiares, recuerdos de otros años, símbolos de historias que se repiten. Bajo el árbol no siempre hay regalos caros; a veces hay cartas, pequeños detalles envueltos con cariño, cosas que muestran amor más que dinero. En las comunidades de rumanos, las iglesias son el centro de la fiesta. Ahí, se juntan para cantar villancicos, rezar y hacer cosas que mantienen vivo el espíritu navideño. Los niños participan con ganas, aprendiendo canciones antiguas, y los adultos recuerdan su infancia. Es un momento donde la cultura y la fe se unen, haciéndolos sentir que pertenecen a algo, aunque estén lejos de casa.
La Nochebuena tiene su propio ritmo para los rumanos de la diáspora. La mesa se pone con cariño, cada plato en su sitio, como siempre se ha hecho. Hay sarmale, ensalada boeuf, cozonac y frutas por doquier. Se habla de las Navidades de antes: historias del frío, la nieve, los niños jugando en el pueblo, la música que acompañaba cada comida. Aunque los abuelos estén lejos, están presentes por videollamada, sonriendo y preguntando por la comida. La tecnología ayuda a mantenerse cerca. Esos ratos por videollamada son importantes: ahí están padres, abuelos, tíos y primos, saludando y felices de estar juntos, aunque sea por la pantalla. Los niños se quedan mirando las caras que solo conocen por fotos o pantallas, y los grandes sienten que la distancia se hace más pequeña. Por un rato, todos están juntos de nuevo, y el piso lejos de casa se siente como un hogar con muchos recuerdos.
El Año Nuevo, por otro lado, tiene otro aire, pero parecido. Los rumanos que viven en el extranjero piensan en lo que pasó y en lo que viene. Cuando uno está lejos, la fiesta cambia: cenas con amigos que también son del mismo país, fuegos artificiales vistos desde un balcón, costumbres de buena suerte adaptadas al lugar. Pero las cosas importantes siguen ahí: brindar con champán o vino, desear lo mejor a todos, recordar a los que no están. El 1 de enero por la mañana, todo está en silencio y dan ganas de pensar. Se recuerdan los malos ratos y las cosas buenas del año que se va. Los grandes piensan en lo que hicieron, en lo que lograron, y los niños ven la magia de las tradiciones con regalos, juegos y dulces. Es un tiempo para planear lo que viene, pero también para recordar lo que ya pasó y para valorar la cultura que se mantiene viva a pesar de la distancia.
Celebrar estas fiestas lejos de casa requiere imaginación. No siempre se puede hacer todo igual que en el país natal. A veces faltan cosas para cocinar, el clima no es el mismo, las calles no se ven igual. Pero uno se las ingenia para crear momentos especiales: decorar con lo que encuentra, cocinar con otras cosas, inventar juegos y cosas para que la fiesta siga siendo la misma. Cada cosa que se cambia muestra cuánto los rumanos quieren sus tradiciones.
La Navidad y el Año Nuevo también son buenos momentos para estar con la gente del lugar y con otros que vienen de fuera. En muchas ciudades se hacen fiestas para familias, talleres de cocina, conciertos de Navidad y actividades culturales. Esto ayuda a que la gente se una, se apoye y comparta lo que significa mantener vivas las tradiciones, aunque se esté lejos de casa. Así, los rumanos que viven fuera se ayudan entre sí y cada fiesta hace que uno se sienta más conectado con sus raíces.
Para los rumanos, las fiestas de invierno en el extranjero son, sobre todo, una celebración del amor, de los recuerdos, de la fuerza y de la comunidad. Nos recuerdan que el hogar no es un lugar en el mapa, sino la capacidad de mantener vivos nuestros lazos culturales y afectivos. Son una forma de afirmar quiénes somos, una prueba de que, a pesar de la distancia, nuestra tradición puede florecer y darnos alegría. Y así, año tras año, las fiestas se repiten en el extranjero, con nostalgia y creatividad, con alegría y reflexión, con pasado y presente unidos.