La miscelánea: Lo que hace grande a Rumanía
Cuando pensamos en el orgullo de un pueblo, no hablamos sólo de banderas o himnos. Hablamos de aquello que hace latir más fuerte el corazón cuando alguien menciona tu país. Y Rumanía, aunque a veces discreta, tiene mucho de qué sentirse orgullosa.
Brigitta Pana, 01.12.2025, 13:00
Lo primero que suele decir un rumano cuando se le pregunta qué lo representa es la hospitalidad. Rumanía es un país donde aún se abren las puertas a los desconocidos. Donde te invitan a la mesa aunque no te conozcan y donde «tomar un café» puede durar tres horas de conversación. Este espíritu acogedor es una realidad que se vive en cada aldea, en cada ciudad, y que enlaza naturalmente con otro motivo esencial de orgullo: la familia. Para muchos, la familia es el eje central de la vida. Padres, abuelos, hijos, primos… todos están presentes, en las decisiones, en las celebraciones, en los días difíciles. Ese lazo fuerte crea una red de apoyo que perdura incluso cuando la vida lleva a muchos rumanos lejos de casa. Y si la familia da fuerza, la historia da raíces. Rumanía tiene raíces profundas: desde la Dacia antigua, el pueblo original que habitaba estas tierras, hasta la influencia romana, el Imperio Otomano, el Imperio Austrohúngaro y, por supuesto, los desafíos del siglo XX. Dentro de este pasado, uno de los motivos de orgullo más grandes es la figura de Vlad Țepeș (Vlad el Empalador), el príncipe que inspiró el mito de Drácula. Pero para los rumanos, Vlad no es un monstruo de ficción, sino un símbolo de justicia y resistencia frente a los enemigos. Un líder duro, sí, pero justo, que defendió su tierra con uñas y dientes. Y, siguiendo esta línea histórica, no podemos olvidar la Gran Unión de 1918, el momento en que se consolidó la actual Rumanía. Cada 1° de diciembre, los rumanos celebramos el Día Nacional recordando ese hito con desfiles, canciones y banderas en cada rincón del país.
Del pasado humano pasamos al natural porque la tierra rumana también cuenta su propia historia. El Delta del Danubio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es uno de los mayores y más biodiversos deltas de Europa: más de 300 especies de aves, canales naturales, aldeas flotantes… un lugar donde la naturaleza manda. Y cómo no mencionar los Cárpatos, la columna vertebral del país: paisajes que dejan sin aliento, estaciones de esquí, senderos interminables.
Tras la naturaleza llega la cultura, otro orgullo fundamental. Comenzamos con Mihai Eminescu, el poeta nacional. Su poema “Luceafărul” es considerado una obra maestra de la literatura universal. Romántico, profundo, filosófico… Eminescu está en cada aula, en cada calle que lleva su nombre, en el corazón de cada lector rumano. En música, uno de los íconos es George Enescu, violinista, compositor y director, cuyo legado llegó a París, Viena y Nueva York. Y en arte visual, Constantin Brâncuși es el nombre clave. Considerado uno de los padres de la escultura moderna, llevó la esencia rumana a las formas abstractas más elegantes.
De la cultura pasamos naturalmente a la ciencia y el deporte, campos donde Rumanía también ha brillado. Pocos imaginan que uno de los primeros motores a reacción del mundo tuvo origen rumano. Henri Coandă, con su trabajo pionero en aerodinámica, cambió para siempre la aviación. El aeropuerto de Bucarest lleva su nombre en homenaje a su legado. Y si hablamos de logros deportivos, es imposible no mencionar a Nadia Comăneci, la gimnasta que en 1976 logró el primer 10 perfecto de la historia olímpica. Su hazaña sigue siendo uno de los mayores momentos del deporte mundial. Y qué decir de Gheorghe Zamfir, maestro de la flauta de pan, que ha emocionado a millones.
Además, otro motivo de orgullo son las tradiciones rurales, que aún se preservan en muchas regiones del país. Desde los trajes bordados a mano hasta las canciones y los bailes populares o las celebraciones de Pascua o Navidad… Cada región tiene su propio folclore, su dialecto, su gastronomía única.
Pero el orgullo rumano no vive solo del pasado ni de la nostalgia. También se construye hoy, especialmente entre las nuevas generaciones. Más allá de Nadia Comăneci, Rumanía ha producido deportistas excepcionales en diversas disciplinas. En fútbol, por ejemplo, la generación dorada de los años 90 —con Gheorghe Hagi a la cabeza— llevó a la selección a los cuartos de final del Mundial de 1994. Ese equipo sigue siendo símbolo de unidad nacional. En tenis, Simona Halep llegó a ser número uno del mundo, ganadora de Wimbledon y Roland Garros. Su perseverancia la convirtió en un modelo para jóvenes dentro y fuera del país. Y en remo, gimnasia o atletismo, los rumanos siguen subiendo al podio, demostrando que el talento forma parte de su ADN colectivo.
En la misma línea, el cine rumano ha ganado prestigio internacional en las últimas décadas. Directores como Cristian Mungiu, Corneliu Porumboiu o Cristi Puiu han llevado al mundo historias intensas, humanas y auténticas. La Nueva Ola Rumana ha sido reconocida en Cannes, Berlín y Venecia. Películas como 4 meses, 3 semanas, 2 días, La muerte del señor Lăzărescu o Policía, Adjetivo no sólo ganaron premios, sino que despertaron debates globales sobre ética, política y dignidad humana. Los rumanos se sienten orgullosos de un cine que no teme incomodar y que muestra la realidad con una voz propia.
Y si hablamos de futuro, los jóvenes rumanos son una fuente inagotable de esperanza. Muchos se destacan en matemáticas, robótica, ciberseguridad y desarrollo de software, ganando olimpiadas internacionales y creando soluciones competitivas a nivel global. Lo más importante es que muchos no solo piensan en irse, sino en quedarse y transformar el país desde adentro.
El orgullo rumano no se basa únicamente en un pasado glorioso, sino también en un presente vibrante y un futuro lleno de posibilidades.