Judíos en el Banato rumano
En el Banato, provincia dividida hoy día entre Rumanía y Serbia, convivían diferentes etnias, incluidos los judíos. En el Banato rumano, la coexistencia entre la mayoría rumana y las minorías étnicas era la norma, como lo demuestran todas las fuentes históricas. Durante los años del fascismo, cuando las ideas antisemitas se manifestaron con furia, la coexistencia pacífica se vio afectada en menor medida que en otras provincias.
Victoria Sepciu, 09.06.2025, 12:00
Situada entre el Danubio, los ríos Mureș y Tisa y los Cárpatos, la provincia histórica del Banato aparece en la historia en el siglo X. A mediados del siglo XI, el Banato pasó a formar parte de Hungría y, a mediados del siglo XVI, fue conquistado por el Imperio otomano. En 1716, el Banato fue ocupado por los austriacos y, hasta 1918, formó parte del Imperio Habsburgo y de Austria-Hungría.
Al final de la Primera Guerra Mundial, el Banato, con una superficie de aproximadamente 28 500 kilómetros cuadrados, se dividió entre Rumanía (66 %), Yugoslavia (33 %) y Hungría (1 %). En el Banato rumano seguía viviendo una población mayoritaria formada por rumanos y otras minorías como húngaros, alemanes, judíos, serbios, croatas, checos, búlgaros y gitanos.
Los judíos del Banato fueron una minoría notable por su religión y su cultura, con las que contribuyeron a la civilización local y a la del Estado en el que vivían. Científicos, teólogos, empresarios, profesores, artistas y deportistas se dieron a conocer en todo el mundo, y algunos de ellos son muy relevantes: los físicos Peter Freund y Peter Grünberg, el músico Ioan Holender, el periodista Peter Gross y el futbolista Rudolf Wetzer. La población judía del Banato está documentada desde los siglos II y III, pero la entrada del Banato bajo control austriaco condujo a la estabilización de la región, a su desarrollo y al aumento de su número.
En el siglo XX, cuando el antisemitismo también se manifiestó en el Banato, los judíos debatieron y adoptaron las ideas y tendencias de la época. Las persecuciones antisemitas cambiaron las perspectivas y los destinos; una de ellas comenzó después del 30 de agosto de 1940, cuando el norte de Transilvania fue cedido a Hungría por el Dictado de Viena.
El joven Ernest Neumann nació en Bihor, en la actual Rumanía occidental, a las afueras del Banato, en 1917. Cuando el norte de Transilvania fue cedido, no se imaginaba que en abril de 1941 sería nombrado rabino en Timișoara, la capital del Banato. En 2002, confesó al Centro de Historia Oral de la Radiotelevisión Rumana que esperaba con preocupación la decisión de Viena.
«En el momento del Dictado de Viena, me encontraba en Ujgorod Ungvar, que ya había sido cedido a Hungría. Y allí escuché con gran temor y esperanza el programa de radio para saber cómo se trazaba la línea divisoria entre Transilvania del Norte y Transilvania del Sur, y si Beiuș seguiría formando parte de Rumanía. Así fue, para mi gran satisfacción. Mi regreso tropezó con obstáculos, pero lo conseguí. Volví en el período más triste de la dominación bicéfala Antonescu-legionarios, y no había ninguna posibilidad de que ocupara un puesto en la dirección de las comunidades judías, porque estas comunidades transilvanas estaban algo agobiadas por problemas de supervivencia. Así que, teniendo una hermana en Bucarest, me dirigí a la capital, donde viví la rebelión legionaria del 21 y 22 de enero de 1941».
Neumann ocupaba su puesto como jefe de la comunidad judía y, entre otras cosas, era responsable de la enseñanza de la religión en las escuelas y de los servicios divinos en la sinagoga del barrio de Fabric, en Timișoara. Recordó que la suerte de los judíos del Banato en aquellos terribles años fue mejor que la de otros.
«Los de aquí, de esta zona, fuimos privados de nuestros derechos, llevábamos una vida de parias. Pero no nos deportaron, no llevábamos la estrella amarilla y no hubo víctimas. Si al principio de la guerra había 12 000 miembros de la comunidad, al terminar la guerra éramos tantos como al principio. Lo que no se puede decir de lo que ocurrió en Bucarest, Moldavia, Dorohoi, Iași y Transnistria, donde se produjeron persecuciones que hicieron que, de los 850 000 judíos que había en la Gran Rumanía al inicio de la guerra, al final quedáramos solo 420 000. Sin embargo, en comparación con otros países como Dinamarca y Bulgaria, donde no hubo deportaciones en absoluto, y Hungría, donde de los 800 000 judíos deportados al campo de exterminio de Auschwitz solo quedaron 200 000, la mitad de la población judía sobrevivió».
Muchos consideran que el Banato es un ejemplo de coexistencia étnica en Rumanía. Ernest Neumann compartía esta opinión y se empeñó en señalar que el espíritu de tolerancia estaba muy extendido por toda Rumanía.
«Los ciudadanos de esta parte de Transilvania, que antiguamente estaban bajo el Imperio austrohúngaro, eran más tolerantes y comprensivos con los judíos, con quienes han convivido en paz y entendimiento a lo largo de la historia. El pueblo rumano en general es amable y benévolo. Yo crecí entre campesinos, tenía amigos que vestían opulentamente y nos llevábamos muy bien, sin que importara si eran judíos, húngaros o rumanos. Sin embargo, existían barreras divisorias creadas de forma absolutamente artificial según cualquier criterio: nacionalidad, religión o raza, todos ellos ajenos a una concepción racional del ser humano».
Los judíos del Banato vivieron durante siglos en tolerancia con los rumanos, la población mayoritaria, y con las demás minorías étnicas. Incluso en los oscuros años de la persecución antisemita, encontraron en los demás suficiente razón para continuar su vida allí.
Versión en español: Victoria Sepciu