Pro Memoria: Las Fábricas 23 de Agosto
La industria pesada de la Rumanía comunista se distinguía por sus imponentes unidades de producción, entre las que sobresalían las Fábricas 23 de Agosto. En su apogeo, llegaron a emplear a unos 20.000 obreros. Estas instalaciones eran la continuación de las renombradas Fábricas Malaxa, activas antes de 1945, y que tras 1989 adoptaron el nombre de Faur. En ellas se produjeron algunas de las piezas más voluminosas y complejas de la siderurgia rumana
Steliu Lambru, 08.09.2025, 13:46
Por la Ley nº 119, de 11 de junio de 1948, el Estado comunista nacionalizó las empresas industriales, bancarias, de seguros, mineras y de transportes. En otras palabras, confiscó los medios de producción. Entre las fábricas incautadas entonces se incluyeron las Fábricas 23 de Agosto (Uzinele 23 August), creación del empresario industrial Nicolae Malaxa a comienzos de los años veinte. Pasaron a llamarse así y, junto a otra gran planta como Republica, en el sureste de Bucarest, formaron una de las mayores plataformas industriales de la Rumanía socialista. Durante casi ocho décadas, en las Fábricas 23 de Agosto se fabricaron locomotoras, motores y piezas de armamento.
El ingeniero Pamfil Iliescu ingresó en las Fábricas 23 de Agosto en 1958. Entrevistado por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana en 2002, recordaba que, a finales de los cincuenta, las plantas sobrevivían gracias a la pericia de los viejos técnicos.
«En las Fábricas 23 de Agosto el director era Putinică, salido de entre los obreros. Era un hombre muy listo y muy entregado. Tenía una relación especial con el primer ministro Chivu Stoica —no sé si incluso de parentesco— y aplicaba una política bastante favorable a la planta. Es decir, bajo su responsabilidad, había mantenido a algunos especialistas veteranos en puestos directivos. Por ejemplo, incluso el director técnico era un antiguo empresario al que seguía conservando porque era un gran organizador y un excelente profesional, sobre todo como organizador. Y aún quedaban ingenieros de la vieja guardia, formados en tiempos de Malaxa».
La economía comunista se basaba, desde sus inicios, en copiar productos de los países capitalistas industrializados. Pamfil Iliescu amplía detalles:
«En aquella época había una intensa actividad de asimilación de nuevos productos. Se trataba de incorporar la fabricación de compresores bajo una licencia inglesa y se estudiaba la producción de nuevos motores. Los motores eran todavía, desde la guerra, una versión húngara que, a su vez, copiaba un modelo alemán. A partir del 63-64 se adoptó la práctica de comprar licencias. Hasta entonces se trabajaba sobre todo copiando: se cogía un motor, se desmontaba, se analizaba pieza por pieza y se reproducía. Pero no se tenía derecho a exportar».
Aun así, hacía falta más para que semejante coloso resultara rentable. Nuevamente ante los micrófonos de RRI, Pamfil Iliescu
«Cuando se abrió el mercado rumano a las exportaciones, todo tuvo que regularse. Y entonces hubo que comprar oficialmente licencias extranjeras. Así se adquirió la de compresores en Inglaterra y empezaron las negociaciones para licencias de motores. También hubo licencias de grupos hidráulicos para locomotoras de una empresa austríaca, entre otras. Eso permitió que nuestros productos pudieran salir al exterior. Las locomotoras, al principio, se fabricaban siguiendo modelos soviéticos. Después se iniciaron conversaciones con los suizos. Los vagones eran soviéticos. En el país existía cierta tradición en la fabricación de vagones, pero se hizo en combinación con Sovrom, de los que se podía copiar sin restricciones. Se renovó la licencia de los sistemas de freno, los motores se negociaron directamente con los alemanes, se compraron y se pasó a su asimilación en Rumanía. Es decir, ellos solo nos daban el derecho de fabricación y diseño. Por ejemplo, los motores de tanques se asimilaron sin licencia. Los alemanes sospechaban algo y venían a comprobar si fabricábamos cárteres, y lo negábamos. En realidad, estaban emparentados: la mayoría de las piezas de los motores eran comunes con las de aquellos para los que sí se había adquirido licencia. Las piezas específicas de los motores de tanques las habíamos asimilado clandestinamente».
La crisis estructural del régimen se reflejó también en el funcionamiento de las fábricas durante la gran crisis de los años ochenta. Pamfil Iliescu:
«Había sectores dimensionados para un determinado nivel de producción, pero otros quedaban muy por debajo. Así se llegó, por ejemplo, a constatar que las Fábricas 23 de Agosto podían producir piezas principales –cigüeñales, pistones e incluso culatas–, pero que las piezas menores no podían ser cubiertas, usando toda la capacidad de la planta, ni siquiera en un 35%. Esa era la conclusión en un momento dado. No podía funcionar así y nunca funcionó. El plan fijaba una cuota de 15.000 motores al año, y nunca conseguimos más de 1200; ese fue el máximo. Y se buscaban soluciones. Por ejemplo, se inventó la noción del “motor equivalente”. Es decir, se decía que 15.000 motores correspondían a un cierto tipo de motor. Un motor producido se contabilizaba como más de dos veces el motor previsto en el plan. Y entonces se hacían los informes con esa equivalencia. Llegamos a fabricar, en lugar de 15.000, 1200 motores reales que, según estas prácticas, sumaban unos 6000 o 7000 del plan. Era un disparate».
Rebautizadas como Faur tras 1989, a las fábricas les fue de mal en peor hasta que acabaron clausuradas. En una superficie de unas 90 hectáreas, naves, laboratorios y diversas instalaciones en estado de desuso esperan tiempos mejores.
Versión en español: Valeriu Radulian