La miscelánea: El alma del vino rumano y su vendimia
El aire de octubre huele a hojas secas, a tierra húmeda, y a mosto recién prensado. Las colinas se tiñen de dorado y rojo, como si el sol hubiese decidido dormirse en los viñedos. Estamos en otoño, y en Rumanía, eso solo puede significar una cosa: ha llegado la vendimia.
Brigitta Pana, 13.10.2025, 15:47
Hablaremos del vino rumano, del alma que se esconde en cada copa, y de las tradiciones que, cada otoño, reviven en medio de los Cárpatos. Pocos lo saben, pero Rumanía es uno de los países vitivinícolas más antiguos del mundo. La vid crece en nuestras tierras desde hace más de seis mil años. Ya los dacios, antiguos habitantes del territorio, adoraban a Dionisio —el dios del vino y la ebriedad— bajo el nombre de Sabacio. Y más tarde, los romanos, que dieron su nombre al país, cultivaron aquí sus viñas como en sus propias colonias del Mediterráneo. Hoy, esa herencia sigue viva. El vino aquí no es solo bebida: es herencia, símbolo de identidad, parte de la vida.
El país cuenta con más de 180.000 hectáreas de viñedos, divididos en regiones con climas y estilos únicos. Moldavia ofrece tintos intensos y blancos afrutados; Dealu Mare, en el sur, produce vinos con cuerpo y notas especiadas; Transilvania se destaca por blancos elegantes gracias a su clima fresco; Dobrogea aporta carácter marino y mineral, mientras Banato y Crișana apuestan por vinos naturales y biodinámicos. Entre las uvas autóctonas destacan Fetească Neagră, con notas de ciruela y especias, y Fetească Regală, blanca, floral y fresca. También brillan Tămâioasă Românească, aromática y dulce, y Babească Neagră, más ligera y rústica.
La vendimia en Rumanía no es solo una labor agrícola; es un ritual. En las zonas rurales, aún se recogen los racimos a mano, con cánticos, con vino viejo en la mochila y pan casero compartido entre los hileros. Después del trabajo, viene la fiesta. Se celebra la llegada del vino nuevo —llamado “vin tânăr”— con música, danzas y platos típicos. En algunas aldeas, se bendice el vino. En otras, se organiza una feria local donde se degusta lo mejor de la cosecha. Y es que el vino, aquí, no es solo bebida. Es unión, es herencia, es vida.
Uno de los mejores momentos para descubrir este mundo es en el RO-Wine – The International Wine Festival of Romania, que se celebra cada octubre en Bucarest. Durante tres días, en un ambiente sofisticado y relajado, los visitantes pueden degustar más de 500 vinos diferentes, participar en masterclasses, descubrir vinos naturales, espumosos, biodinámicos, y conocer propuestas gastronómicas que elevan aún más la experiencia sensorial. El evento no solo está dirigido a expertos o profesionales del sector. También abre sus puertas al público general, a los curiosos, a los que quieren aprender, probar, comparar. Allí, una copa puede ser el inicio de una conversación con el productor mismo, o con un chef que sugiere maridajes inesperados.
RO-Wine también tiene ediciones especiales: una versión de primavera, otra de otoño, e incluso eventos satélite en ciudades como Cluj-Napoca o Constanza. Pero es en otoño, cuando los viñedos están aún llenos de colores y aromas, cuando este festival cobra un significado especial. En esta edición, que se celebra entre el 11 y el 13 de octubre en Bucarest, se esperan representantes de más de 80 bodegas, tanto rumanas como internacionales, además de un área gourmet con productos artesanales: quesos, aceites, panes, embutidos. Todo pensado para acompañar el vino, como debe ser. RO-Wine no solo celebra el vino. Celebra la transformación de Rumanía en una tierra que ya no copia ni imita, sino que crea su propio camino en el mundo del vino. Un país que honra su tradición, pero que mira hacia el futuro con una copa bien servida.
En muchas ciudades pequeñas, hay ferias locales de la cosecha, donde podrás probar vino casero, a veces turbio, a veces sorprendente. Allí, el vino no tiene etiqueta, pero sí alma. Algunas bodegas en Rumanía combinan tradición e innovación, y son destinos turísticos por derecho propio. En la literatura, en la poesía, en las canciones populares, el vino es un símbolo de alegría, pero también de melancolía. Y como no se puede hablar de vino sin hablar de comida, el otoño en Rumanía trae platos tradicionales que maridan a la perfección: sarmale, ciorbă de burtă, tochitură con polenta, o quesos artesanales que resaltan con blancos frescos y rosados.
En Rumanía, el vino se sienta a la mesa como un invitado más. Y entre brindis, risas y sabores, se teje una historia que conecta al pueblo con su tierra. El otoño aquí no solo se ve… también se saborea.