Pro Memoria: El PCR en la ilegalidad
Tras su fundación en 1921 como brazo de la Internacional Comunista, el Partido Comunista de Rumanía fue declarado ilegal por la ley de 1924. La principal acusación contra el PCdR era promover la desmembración del país. Entre 1924 y 1944, el partido operó en la ilegalidad y sus militantes pusieron en práctica todo lo que suponía sabotear al Estado rumano.
Steliu Lambru, 15.09.2025, 12:29
El Partido Comunista de Rumanía fue, desde el inicio, una organización terrorista al servicio de la Unión Soviética, también un Estado terrorista. El 8 de mayo de 1921, el ala más radical del Partido Socialdemócrata de Rumanía votó la adhesión a los principios de la Tercera Internacional y adoptó el nombre de Partido Comunista de Rumanía. El PCdR fue considerado una organización terrorista porque rechazaba la creación de la Gran Rumanía en 1918 y defendía su desmembración. Reivindicaba la autonomía de las provincias rumanas “hasta la separación total del Estado rumano”, al que definía como “Estado imperialista” nacido “de la conquista de territorios ajenos”.
El PCdR propugnaba la eliminación del capitalismo —es decir, de la economía de mercado—, del pluralismo político y de la propiedad privada. Se le consideraba terrorista no solo por su discurso en favor de la desaparición de Rumanía, sino porque traducía esas ideas en hechos. Sus actuaciones iban desde la propaganda —como la difusión de panfletos— hasta la violencia, con ejemplos como el levantamiento de Tatarbunar en 1924, o el bloqueo económico mediante huelgas, como la de 1933. La Ley de Personas Jurídicas, aprobada el 6 de febrero de 1924, prohibió los partidos y organizaciones extremistas, entre ellos el PCdR.
Hasta agosto de 1944, cuando salió de la ilegalidad, los comunistas rumanos siguieron las directrices de la Internacional Comunista. Al finalizar la guerra y tras instaurarse el régimen comunista, la propaganda otorgó al militante ilegalista un prestigio intocable.
Anton Moisescu, entrevistado en 1995 por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, recordaba así su actividad en la ilegalidad:
“Me encargaba de la organización de Iași, sobre todo de la juventud estudiantil y obrera. Organicé protestas de los estudiantes contra las manifestaciones chovinistas y racistas del Movimiento Legionario, muy influyente entonces en Iași. También organicé a los jóvenes obreros de Nicolina, en vísperas de la huelga de 1933, y a los de Pașcani. El 1 de mayo de 1933 repartimos panfletos con consignas generales, tanto en el país como en el extranjero. Reclamábamos la libertad de organización de los trabajadores, la legalización de la jornada de ocho horas; defendíamos lo que llamábamos las tres ochos: ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de recreo. Teníamos reivindicaciones salariales, mejores condiciones laborales y otras demandas. En Iași, además de distribuir panfletos, hicimos pintadas con plantillas y pintura en muros y vallas. Escribimos: ‘¡Viva el 1º de Mayo, día internacional de los trabajadores!’ y ‘¡Viva el 1º de Mayo! ¡Obreros, luchad por la jornada de ocho horas, salarios dignos y un trato humano en las fábricas!’.”
Radu Bogdan, también en 1995, relataba la aportación que prestó a las actividades de sus camaradas contra el Estado rumano.
“Cuando en la primavera del 44 fue detenido Vlădescu-Răcoasa —yo vivía en el mismo patio—, mis vínculos con la ilegalidad se interrumpieron. Era una regla de la conspiración. Una de mis conexiones del partido fue detenida, torturada en la planta de los pies, pero guardó silencio. Ese silencio me salvó, porque yo ponía mi casa a disposición. Esa era una de mis tareas ilegales: ofrecer un lugar con una mesa de trabajo donde fabricar documentos de identidad falsos, sellos y demás. También repartíamos panfletos antifascistas. No considero aquello una gran hazaña, pero había una certeza: sabía que me jugaba la vida. En esa misma época, tres chicos de 16 años fueron ejecutados por repartir billetes de un leu con el sello ‘¡Abajo Antonescu!’. Si me hubieran atrapado, no habría salido bien parado. Claro que había también mucha inconsciencia. ¿Qué podía saber toda aquella juventud de lo que pasaba realmente en el mundo?”
Mihai Roșianu, en 1971, con motivo del 50 aniversario de la fundación del partido, recordaba cómo el futuro patriarca Justinian Marina también se ganó un aura de ilegalista.
“En la campaña Por la Paz de 1936 organizamos una gran asamblea en Vâlcea y redactamos una carta dirigida al congreso en el que se creó el Rassemblement Universel pour la Paix (RUP) en París, firmada también por el patriarca, que entonces era el sacerdote Marina. Los nuestros entraban en el patio de la iglesia y la Siguranța y la Policía no sospechaban; solo los feligreses podían intuirlo. En la casa parroquial había una sala oculta donde yo mismo me refugiaba cuando lo necesitaba. Allí celebramos nuestra reunión con delegados de todos los distritos de Oltenia. Entonces se eligió el Comité Regional y buscábamos fórmulas legales para encubrir las actividades ilegales, de carácter revolucionario. Los hogares culturales también funcionaban como tapadera: aquellos dirigidos por comunistas se registraban formalmente como asociaciones campesinas, con actas y estatutos, y así conseguíamos contacto con las masas populares.”
Solo por un azar de la historia, el PCdR terminó gobernando Rumanía. El periodo de su actividad en la ilegalidad no fue más que un anticipo de las atrocidades que impondría el régimen instaurado posteriormente.
Versión en español: Valeriu Radulian