La miscelánea: Tradición y comunidad en la mesa rumana de otoño
La gastronomía tradicional rumana en otoño es una celebración de sabores, historia y comunidad. Entre septiembre y noviembre, los mercados se llenan de productos frescos, y las familias se reúnen para cocinar, conservar y compartir.
Brigitta Pana, 29.09.2025, 17:00
Tras la cosecha de verano, los mercados se llenan de frutas maduras, verduras frescas y productos ideales para la preparación del invierno. En muchas zonas rurales, las familias aún se reúnen para cocinar juntas, hacer conservas y compartir tradiciones. Uno de los alimentos más representativos de esta temporada es la zacuscă: una pasta espesa y aromática elaborada con berenjenas asadas, pimientos rojos, tomate y cebolla. Más que un alimento, es un ritual familiar que puede durar días, y cuyo resultado se guarda en frascos para disfrutar durante los meses fríos.
Junto a la zacuscă, el otoño rumano es también tiempo de conservas caseras: las dulceață (mermeladas tradicionales con frutas enteras, como ciruela, higo o membrillo) cocinadas lentamente en calderos de cobre, y los murături (encurtidos) de pepinos, col, zanahoria o coliflor, aromatizados con hierbas y especias como el eneldo, el laurel o el rábano picante. Estas preparaciones no son solo una forma de preservar alimentos, sino también una manera de preservar la memoria culinaria y de fortalecer los lazos familiares y comunitarios.
A medida que bajan las temperaturas, las sopas calientes y guisos ocupan un lugar central en la mesa. La más emblemática es la ciorbă, una sopa de sabor ácido, preparada con bors (fermento de salvado) o limón. En otoño destaca la ciorbă de fasole cu afumătură – sopa de frijoles con carne ahumada – densa, reconfortante y a veces servida en pan hueco. También se cocinan platos como el tocăniță de ciuperci (estofado de setas con cebolla y eneldo, servido con mămăligă) y el ghiveci (mezcla de verduras cocidas lentamente con jugo de tomate). Ninguna descripción de la cocina rumana estaría completa sin mencionar la mămăligă, un alimento básico hecho de harina de maíz, similar a la polenta. En otoño, se sirve caliente con queso fresco, crema agria, huevos o guisos, y se reutiliza al día siguiente, dorada en sartén, con ajo y tocino.
Los postres otoñales completan esta experiencia: la plăcintă cu dovleac (tarta de calabaza con canela y nuez moscada), la tarta de manzana con un sabor agridulce típico de las manzanas locales, y el cozonac, pan dulce con nueces o pasas que algunas familias empiezan a preparar ya en esta época del año. El otoño también transforma las bebidas: el vin fiert (vino caliente con especias) aparece en ferias y reuniones, mientras que el must, jugo de uva recién exprimido, anuncia la llegada del vino nuevo. Las infusiones de frutas, manzana o canela también acompañan las tardes frías.
En definitiva, comer en otoño en Rumanía no es solo alimentarse, es vivir una tradición. Es conservar el sabor de la tierra, compartir con la familia, ayudar a los vecinos, y preparar el alma y el cuerpo para el invierno. En las aldeas, la comida aún se cocina en grandes cantidades, se intercambian productos, y todo se hace con un profundo respeto por la naturaleza y el tiempo.
Así, entre aromas de calabaza asada, frascos de mermelada y tazas de vino caliente, la cocina rumana de otoño se convierte en un espacio de calidez, comunidad y memoria.
Y si este recorrido por los sabores del otoño rumano les ha abierto el apetito o la curiosidad, los invito a escuchar la versión completa de este episodio accediendo al enlace de SoundCloud que encontrarán más abajo.
¡Hasta pronto y buen provecho!